martes, 18 de marzo de 2014

Y es que... ¿cómo no voy a estarle agradecida?

La gente, cuando casualmente les comentas que eres una fangirl, te mira raro. Les echa para atrás. Y yo me pregunto... ¿Por qué? ¿Acaso creen que es una enfermedad? ¿Un problema mental? Creo que es porque la gran mayoría asocian esa palabra con las hordas de niñas tontas que son capaces de matarse entre ellas por conseguir que un cantante las mire. Pero no todas somos así...
Yo siempre he sido una chica normalilla, del montón, que no destacaba porque no me gustaba destacar. Siempre he sido de las de pocas -pero verdaderas- amigas. No necesitaba rodearme de un montón de gente que me adorara, con un par de personas que realmente valieran la pena me servía. Y sigue siendo así.
¿Qué relación tiene mi poco interesante vida con ser una fangirl? Toda.
Hará tres años, la que yo consideraba mi mejor amiga comenzó a pasar de mí de manera alucinante. De hablar a todas horas y que tuvieran que mandarnos callar, pasamos a no hablar, a que ella solo se acordara de mi existencia cuando necesitaba algo. De estar siempre juntas, pasó a darme completamente la espalda y a dejarme sola. Me levantaba todas las mañanas porque me tenía que levantar, no porque realmente tuviera ganas de hacerlo, total... ¿Para pasarlo mal otro día más? ¿Para qué?
Estaréis diciendo: "Menudo coñazo, ¿y a mí qué me importa?". La respuesta es que esta situación fue la que desencadenó todo.
Una semana de diciembre me descargué la primera temporada de Castle, y ahí comenzó mi conversión a una fangirl. Me devoré los 10 capítulos en 2 días, y el resto de la semana me dediqué a volver a verlos, a volver a reírme como loca y a tener que hundir la cara en la almohada para ahogar las carcajadas. Por primera vez desde que había comenzado mi problema con mi mejor amiga, me sentí feliz. Volví a reír de verdad, a emocionarme, a llorar por un motivo que no fuera pura tristeza. Durante 40 minutos que duran de media los capítulos se me daba una oportunidad para olvidarme de mi vida, de todo lo que estaba pasando en ella. Durante 40 minutos podía irme a New York, la ciudad que nunca duerme, donde Katherine Beckett era una joven, fría y dura detective de homicidios; y Richard Castle un afamado escritor con comportamiento algo infantil pero que termina por asentar la cabeza. Podía vivir en un mundo paralelo donde la mayoría de los asesinos pagaban caro sus actos, donde la justicia realmente existía, donde un hombre era capaz de esperar por el amor de su vida 4 años sin jamas reprocharle nada, simplemente esperando a que superase sus traumas. Cuando se acababa el capítulo, miraba a mí alrededor y decía "Menuda mierda de mundo el mío", y volvía a la ficción.
Por primera vez desde que todo se había fastidiado, volví a levantarme cada mañana con ganas, con una meta fijada: sobrevivir hasta el próximo martes.
Castle me salvó cuando me estaba ahogando, cuando sentía que no tenía un lugar en este mundo, cuando tenía la sensación de sobrar en todas partes. Stana me sonrió a través de la pantalla, Nathan me tendió su mano, y el resto de actores y personas que trabajan en la serie me lanzaron un salvavidas al que me agarré con uñas y dientes. Comenzó a darme exactamente igual lo que la gente dijera o hiciera, me creé mi muralla y ¡ale!, a vivir feliz con las únicas personas que habían seguido a mi lado.
Y es que... ¿cómo no voy a estarle agradecida a esta serie? Me ha dado los mejores momentos: he reído hasta que me dolía la mandíbula y el estómago me decía "basta". He llorado como una auténtica gilipollas en frente de la pantalla, gastando clínex tras clínex mientras trataba de disimular los sollozos. He gritado a personas que no podían oírme, aunque para mí -en ese momento- tenía todo el sentido del mundo. Me he tirado de los pelos, pegado a las almohadas, dado vueltas y más vueltas en mi cuarto, derrochando frustración y enfado. Me ha hecho conocer a unos actores que tienen el corazón tan grande que no les cabe en el pecho. Me ha dado dos ídolos que son... No hay palabras. Mis modelos a seguir ante todo, a los que recuerdo cuando me siento flaquear, a los que recurro cuando no sé qué hacer.
Y, ante todo, me ha dado amistades con gente que haría unos años ni se me habría ocurrido que algún día llegaría a conocer. Gente como mi Amore, que me soporta todos los días; o mi futura prometida, Navy, ella sabe bien cuánto la adoro. Sinsajo, mi dulce y adorable Sinsajo;  la gran Valme, que con sus locuras siempre me hace reír, y Neus con sus indirectas muy directas... Y mucha gente más que no voy a citar porque entonces no me cabría. Gente que me ha ayudado, que me ha sacado una sonrisa en días negros, con las que he compartido momentos amorosos, conversaciones hasta las tantas de la madrugada, locuras -¡muchas locuras!-, enfados, etc. Gente que llevaré en mi corazón, always.
Así que, llamadme "friki", miradme como si estuviera loca, repudiadme por ser una fangirl, pero no pienso renegar de algo que me ha dado tanto cuando los que me rodeaban me quitaban lo poco que tenía. No estoy dispuesta a negar ser algo que me ha ayudado a superar un mal -pero muy malo- momento de mi vida. SOY UNA FANGIRL, y pienso gritarlo a los cuatro vientos porque es lo que soy.
Es lo que cambió todo para mejor, lo que nunca me falla cuando los demás sí lo hacen. Y estoy inmensamente agradecida.

viernes, 7 de marzo de 2014

Mejor callarse.

Me duele la cabeza, así que no tengo ganas de discusiones. Instauro un silencio entre nosotros, quizá para ti incómodo, pero para mí es agradable, algo necesitado. Trato de mantener mi boca convenientemente llena de napolitana o zumo para evitar conversaciones que pasen de los banales "¿Qué tal el viaje?" o "¿Cómo vas en el colegio?" que nos preguntamos por una mera cuestión de educación.
Asiento, sonrío, sin tener idea alguna de lo que me has dicho, podrías estar insultándome que yo te daría la razón, todo por el simple hecho de que mi cansado cerebro está desconectado, perdido en su mundo, prefiriendo la ignorancia antes que el conocimiento. Te quejas levemente de que estoy muy callada y yo te doy la razón, argumento que tengo sueño, que acabo de terminar exámenes -medianamente cierto- y tú asientes, conforme, aparentemente satisfecho con mi explicación.
Supongo que no sabes que es una mentira, que en realidad prefiero no hablar. ¿De qué sirve hablar contigo? Ambos sabemos que acabaremos desviándonos a temas peliagudos, ambos sabemos que yo tengo unas opiniones y tú otras radicalmente distintas, y que si nos ponemos a hablar seriamente, solo terminaremos discutiendo, como siempre.
Otra vez más.
Pero estoy cansada de eso.
Me muerdo la lengua, me trago las palabras, en eso soy una especialista. "Mejor callarse" me digo a mí misma, evadiéndome del mundo, de lo que dices, de que mi hermano te esté toqueteando el pelo aunque sabe que lo odias. Agacho la mirada y me concentro en acabar lo que hay en mi plato, con el pensamiento de que cuánto antes lo haga, antes nos iremos a casa.
Pero no puedo evitar lamentarme. ¿Cuándo hemos llegado a esta situación? ¿Cuándo me he visto obligada a no decir lo que pienso para evitar disputas? ¿O tú? Supongo que esto ha pasado siempre, porque tú y yo hemos chocado desde el principio. Supongo tenemos los mismos genes de cabezonería en nuestros ADNs. Aún así, siento cierta envidia de aquellos que logran llevarse bien contigo, comprenderte sin tener que rechazar sus ideales. Ojalá pudiera hacer yo eso, así no sería todo tan tenso, tan falso.
Pero no puedo.
Por lo tanto... Mejor callarse.