domingo, 18 de enero de 2015

¿Qué es el amor?

Es una pregunta que me persigue. No porque me la plantee muchas veces, al contrario, no me había parado a pensar seriamente en ella hasta la víspera de mi cumpleaños. Mis mejores amigas y yo estábamos en el salón de mi casa, hablando de mil tonterías, y de alguna manera surgió este tema. ¿Qué es el amor? Una de ellas contestó que confundimos el cariño que sentimos hacia las personas con amor, que en realidad no existe, es un hábito que surge tras vivir mucho tiempo con una pareja. Las otras dos y yo salimos en defensa del amor, eternas románticas sin cura, y zanjamos la conversación diciendo que es comodidad, confianza, que lo nuestro sea suyo y lo suyo, nuestro. A esas alturas mis padres ya habían vuelto de su escapada y le pedimos a mi madre que diera su opinión, a lo que ella contestó que estaba de acuerdo con las tres. Éramos cuatro contra uno.

Pero la cosa no quedó ahí. Nochebuena, casa de uno de mis tíos paternos, las bandejas de turrón y polvorones ya servidas en la mesa. De alguna manera volvió a surgir la conversación. ¿Qué es el amor? Dos de mis tías salieron con la teoría de que confundimos el amor con el enamoramiento, de que es simplemente pura atracción, y cuando esta desaparece, no queda nada y las parejas se separan. El resto escuchaban, asentían, pero no opinaban. Cuando me preguntaron directamente, buscando la perspectiva de los jóvenes, di la misma respuesta que habíamos dado mis amigas y yo aquella madrugada de noviembre.

Hará un par de días, necesitaba un descanso de tantos apuntes y me vino este debate a la cabeza al ver el libro de “Orange is the new black” en mi estantería. Cómo no, una serie, pero tengo que hacer honor a mi condición de seriéfila, ¿no? El caso es que, si algo me gusta de esta en concreto, es que en cada capítulo sueltan un par de verdades que te obligan a pararte a pensar. En uno de ellos, la protagonista principal fue preguntando al resto de las encarceladas qué significaba para ellas el amor. Estas fueron las respuestas:
“Es como cuando alguien hace que sientas tu estómago tenso pero como si flotaras a la vez, ¿sabes? Y tus mejillas duelen por sonreír. Y sonríes tanto que la gente se piensa que te pasa algo.” 
“El amor es luz. Aceptación. Fuego.” 
“Dolor. Un dolor horrible que quieres una y otra vez.” 
“Es relajarse, ¿sabes? Pasarlo genial con alguien, hablando, haciendo chistes malos graciosos… Y no querer irte a dormir porque estarías sin él por un minuto y no quieres eso.” 
“Es como si tú te volvieras más tú, lo que normalmente es como una explosión. Pero no pasa nada porque la otra persona, quien sea, elige coger todo eso. Todo lo raro. Lo que esté mal o bien dentro de ti, lo que escondas dentro de ti. Y de repente, todo está bien… Ya no te sientes como un bicho raro.” 
“Es como volver a casa tras un largo viaje. Así es el amor: es como volver a casa.”

martes, 6 de enero de 2015

Oro en la copa

Dice la tradición que se debe celebrar la llegada de un nuevo año brindando con una copa de champán y algo de oro dentro. Unos creen que es para atraer el amor, ya que normalmente lo que se echa en la bebida es una alianza, símbolo de la promesa de amor entre dos personas. Otros creen que, al ser oro, lo que atrae es la abundancia y el control sobre el patrimonio que ya se posee. Pero también existe la creencia de que garantizará que el año entrante venga lleno de cosas buenas.

Cuando nosotros decidimos seguir con la tradición que habíamos abandonado años atrás por razones que ya recuerdo; no fue pensando en suerte, ni en dinero, ni en amor. Bueno, quizá sí un poco en esta última, pero no de la forma en la que se espera. Al quitar la alianza de oro que llevo colgada de una cadena al cuello, no esperaba encontrar un Príncipe Azul. Al observar cómo se hundía con rapidez, chocando contra el fondo de la copa con un tintineo y levantando una nube de burbujas a su paso, no esperaba que me tocara la lotería.

Vi la banda dorada sumergida en champán, pequeñas burbujitas de oxígeno formándose sobre su superficie, casi ocultando la fecha cuidadosamente grabada en su interior. Una fecha que ya me sé de memoria por tanto verla. Me tomé un momento para aislarme del barullo que me rodeaba, del confeti volando y las serpentinas cruzando de lado a lado la mesa, de las voces de fondo de la televisión y el primer anuncio del año. Estaba yo sola del salón, con la copa alzada, el resplandor de las bengalas haciendo destellar al champán. Cerré los ojos y casi pude ver la silla sobrante ocupada por la persona que faltaba para hacer la noche perfecta.

Con una sonrisa, volví a la realidad justo a tiempo para brindar. La alianza fue mi forma de incluir a quien nos había abandonado; a quien ya no estaba entre nosotros. Cuando devolví el anillo a su cadena, y esta a mi cuello, tuve la certeza de que quizá ya no podía estar en cuerpo presente, pero su espíritu seguía vigilándonos de cerca, como un ángel de la guarda. Y eso... Era suficiente.